Así es, aunque nos parezca
mentira ellos crecen, se hacen cada día un poquito mayores y apenas nos dejan
tiempo para darnos cuenta.
Todos recordamos el primer día
del cole, entrábamos en la clase del conejo con nuestra criatura, los libros,
el babi, el vaso, el cojín y el alma en un puño. Para ellos era su primer día
de clase, pero para nosotros también. Allí se quedaban ellos. Si tenías la
suerte de que se quedara contento te podías ir tranquilo, si se quedaba algo
nervioso ya estabas en tensión toda la mañana y como se hubiera quedado
llorando ¡vamos! no te ibas llorando porque te daba vergüenza que te vieran,
pero no vivías hasta la hora de comer.
Éramos los novatos, llegabas
ese primer día a buscarlos a mediodía en una agonía: ¿estará contento?¿estará
llorando?¿lo habrá pasado bien?¿lo habrá pasado mal? pobrecito mío… sufríamos
más que ellos. Estábamos todos pegados al cristal esperando ver cada uno a
nuestro angelito.
Lo primero que veíamos era a
los conejos que se quedaban al comedor cruzando el pasillo corriendo como alma
que lleva el diablo, con los babis ondeando al viento como si fuera la capa de
Superman, en junio ya les quedaría más ajustadito, pero ese primer día les
sobraba tela por todos los lados. Te ibas quedando un poco más tranquilo
porque… parecía que al menos aquellos tenían hambre ¿no? pues tan mal no lo
habrían pasado si es que no habían perdido el apetito…
Por fin salía Toñi con la
fuente de nuestras angustias, recuperábamos parte de los años que habíamos
perdido esa mañana al ver que salían contentos como unas pascuas y, si era de
los que salía llorando, Toñi juraba y perjuraba que había estado contentísimo
toda la mañana y que había roto a llorar entonces mismo para hacer el papelón
delante de su mami; y aunque nos resistíamos
a creerlo en ese instante (porque en ese momento teníamos nuestro drama
particular)… en el fondo sabíamos que era verdad.
Iba pasando el curso y seguíamos
ahí, al año siguiente eran caracoles y al otro pájaros y seguíamos pegados al
cristal. Pero es que después pasan a primaria, las profes nos dicen que ya son
mayores, que ya son grandes, que ya pueden salir solos diez metros más allá de
la puerta… pero nosotros seguimos allí. Y es que por el camino a veces se nos
olvida que han llegado otras ‘hornadas’ de conejos con los ‘padres novatos’
correspondientes, con sus correspondientes ansias de sufrir el primer día y
pegarse al cristal. Parece que ya tenemos cogido el sitio y no vemos que han
llegado otros después que tienen más necesidades que nosotros. No nos
acostumbramos a que en primaria ya no hay que llevarlos de la mano hasta la
puerta de la clase.
Y es que los niños crecen, no nos
hemos enterado ni del cuándo, ni del dónde ni del porqué, pero han madurado y
es el momento de esperarles un poquito más alejados de la puerta, pudiendo así
ayudar a los padres de los más chiquitines a recoger a sus niños con mayor
facilidad y evitar, además, un desarrollo excesivo de la longitud del cuello de
Toñi tratando de buscar a aquellos padres al fondo del hall de entrada que no
han podido encontrar un acomodo más cercano.
Es esta una de las cuestiones
que surgieron en la Asamblea anual de noviembre, el procurar dejar espacio para
los padres de infantil y, aquellos que tenemos a nuestros hijos ya en otros
cursos superiores, esperarles un poquito más lejos de la puerta porque nuestros
hijos, aunque nos parezca mentira, ya son mayores, ya han crecido… que siii,
que es verdad.